Diálogo urbano: Amor por los kilos


Por: Judith Juárez
Paty llamó para decirme que había llegado el nuevo proveedor que traía los productos que encargue de Colombia para el planchado permanente que se hace en el SPA, negocio que tenemos desde hace más de 5 años, más nunca dijo que el apuesto caballero estaba apersonado  con esa sonrisa encantadora.

Llegué al negocio, estacioné mi carro de prisa, me urgía hablar con el proveedor, a la entrada estaba estacionada una motocicleta, que a simple vista no le tomé importancia, aunque es raro ver una motocicleta deportiva Kawasaki, afuera de un establecimiento exclusivo para mujeres.

 Al entrar vi un joven de espaldas de 1.73 de estatura, tatuado por todo el brazo izquierdo, pantalones pegados que me asusté, pensé que ya no había de esos hombres con nalgas paradas y redonditas, ¡ah Dios! susurré, al verle la parte delantera, tan voluminosa, sentí pena, pues a mis 38 años pensando en esas cosas.

Me presenté de inmediato, pensé que lo único bueno que me había puesto era mi labial rosa indeleble, porque con estos 90 kilos que peso, más 20 de cadera, más mis pechos caídos por ser mamá de dos hijos, lo único atractivo que creí tener era mi sonrisa y mi lindo color de labios.

Sin embargo este joven con su acento colombiano y su mirada tan profunda, logró que volviera a experimentar la sensación del primer amor, las mariposas parecían tener un festín en mi estómago.

 Le entregué el dinero y la nota de regreso, me explicó sobre los procesos para usar los nuevos tratamientos, pero no entendí nada, mi cerebro daba vueltas, me pidió que le diera mi teléfono por si tenía alguna duda y poder estar en contacto.

Me burlé de mí, al pensar que al darle mi número se le iba ocurrir llamarme, cuál va siendo la sorpresa, a las 6 de la tarde con 10 minutos sonó un mensaje de WhatsApp, preguntándome si podía pasar a dejarme la factura y de pasada invitarme un café.
Café, café, café, “dame un café con leche mami”, “dame un café con leche mami”, esa era la canción que se revolvía en mi mente, le dije que en otra ocasión porque ese día no podía.

Llamé de inmediato a María para contarle lo sucedido, es mi amiga la más liberal, la que no juzga, la que siempre sabe que decir, y claro que ella, mi mejor amiga, me dijo que fuera, que no había nada que temer, que me diera la oportunidad, que la vida era una y había que disfrutarla al máximo.

De lunes a viernes me mandaba mensajes y audios donde me decía que le gustaba mi voz ,mi sonrisa, mi manera de ser, yo me negaba a salir, a aceptar una invitación, ¡vaya!, ni una Coca-Cola bien helada, mucho menos un café con leche.

Por fin el Domingo acepté, llegué tarde y cada 5 minutos me hablaba para saber porque me había retrasado, si tenía algún problema, si me podía ayudar, me decía que ya no podía esperar para conocerme, ¡Dios agárrame confesada y no dejada! me repetía en la mente.

Por mi seguridad o mi locura le cambié el lugar para vernos como 3 veces el mismo día, deje mi carro estacionado en el Costco de Plaza Bugambilias, tomé un taxi y  me dirigí a un café en las afueras de la ciudad.

Allá estaba llena de miedo e inseguridades, claro bien arreglada con mis pantalones ajustados luciendo mis caderas y la blusa color rosa que dicen hace juego con mi mirada, acompañado por mi cabello rizado.

Le mande un mensaje a María con los datos de donde y con quien andaba por si algo salía mal, hasta le dije dónde estaba el testamento y los seguros de vida de mis hijos, ¡que loca!

Llegué y él estaba estacionado en su motocicleta, se acercó al taxi, me abrió la puerta y cuando el taxi arrancó, me jaló entre sus brazos y me besó apasionadamente, como si nunca hubiera besado a alguien, recorría mi espalda con sus brazos, lleno de pasión.

Me repetía en la mente que no me fuera a pasar nada, solo dijo que no podía esperar para conocerme en la intimidad, me susurró al oído que nos fuéramos a un lugar más privado.
Acepté, quería que nos fuéramos en su moto, pero claro que no me iba ir en la moto, alguien podría reconocerme, así que pedimos un taxi y llegamos al hotel, desde los 21 años no me había atrevido a irme con un desconocido a echar pata.

Antes de llegar al hotel pasamos por un ramo de flores que tenía en su departamento que renta desde hace más de 3 meses que lleva trabajando en México, moreno, ojos grandes de color verde claro, pestañas muy grandes, de mirada profunda, solo me susurraba al oído; “gracias mami por conocernos”. Me enamoré de ese acento.

Llegamos al cinco letras, me espanté, por algunos momentos pensé que me iba a secuestrar, pero mi corazón se había activado al igual que toda la pasión que guardaba desde no sé cuánto tiempo.

También me enamoré de todas las cosas que me hizo sentir, de las más de 10 posiciones nuevas que aprendí en unas horas, besa como demonio, su virilidad era como si nunca hubiera estado con una mujer, como si fuera virgen, un hombre tan pasional, creo que eso me mató y me revivía.

Lloré, fue inevitable, me tomó entre sus brazos, con voz angelical me dijo al oído que se dio cuenta que era mi primera vez, que no tuviera miedo, que me entregará a lo que la vida nos ofrecía. -“Si algo allá falló, tranquila mami, que aquí estoy yo”.

Por fin terminaron las 5 horas más locas y extraordinarias de mí vida, nos salimos cada quien por su lado, no había tardado en llegar a la casa cuando me había mandado mensajes, diciéndome que ya me extrañaba, que había sido lo mejor de su vida.

Me repetía constantemente que no quería que me fuera y que quería estar conmigo, desde ahí,  nos vimos 2 veces más, pero ahora era yo quien se la rifó haciéndole el amor, porque se quedó idiotizado, me decía que me necesitaba, que necesitaba mi olor, mi cuerpo, mi cabello.

Nuestras pláticas nocturnas que cada vez se convirtieron en 20 horas al día pegados al teléfono con temas banales, mencionó que estaba con una joven de 21 años que tenía 4 meses de embarazo y que regresaría a Colombia para el nacimiento.

Eso era lo que menos me interesaba y no volví a preguntar más, por ahora era solo mío y de nadie más, me había regresado las ganas de sentirme mujer.

Las citas siempre en el mismo hotel, él llegaba primero y siempre, siempre lo hice esperar, a medio día, habitación 318, siendo más joven, de 24 años, cada vez que cruzaba la puerta se me iba encima llenándome de besos y caricias.

 Fany mi hermana llegó a casa de visita y al verme se sorprendió de que irradiaba tanta felicidad, me notaba diferente, contenta, nada amargada y además súper arreglada, hasta juró que había bajado de peso… -¡si supiera!-

 Ese día le pedí cuidara a los niños, pensaba por fin pasar una noche completa con él, pero en medio de nuestro tercer condón, el teléfono no paraba de sonar, era Fany mi hermana, haciéndome un escándalo porque se le había presentado un problema con su novio y quería que fuera por los niños.

Se enojó mucho, su rostro cambio de color y su expresión ya no era tan linda, me decía que mandará traer a mi hermana, que le pagaría una recamara al lado para que cuidara a los niños, o que contratáramos una niñera para esa noche (y todas las demás), el dinero era lo de menos.

Me pidió que me casara con él, me decía que quería escuchar de mi boca que lo amaba, no siento que lo ame, pero es mucha pasión. Al despedirme era tanta su pasión que quería hacerme el amor por encima de la ropa, es vanidoso y huele delicioso.

Me salí a las dos de la mañana sonriendo, confundida y bien cogida.

Esa fue la última vez que nos vimos y aunque él ha insistido en vernos, me he negado, por fin Martín mi esposo por más de 15 años llegó de ese largo y extenso viaje de negocios y desde ese día hemos tenido las mejores noches en la cama, que juro jamás había tenido con él.

Aprendí amar mi cuerpo, mi manera de ser, descubrí que puedo despertar cualquier pasión con mi peso ideal o mi obesidad (según la báscula del centro comercial) pero sobre todo, hoy puedo darle a mi marido la pasión que me inyecto un colombiano pegajoso.

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